-Me he jubilado, me decía un amigo.
y estos diez años de vida decente que me
quedan, los voy a dedicar a conseguir el
bienestar, es decir, a estar bien.
-¿Diez años de vida decente?, le pregunté yo
sin entender.
-Si, ya sabes. Ese tiempo en el que todavía
eres persona y puedes darte una ducha o ponerte los calcetines sin ayuda de nadie.
Dicho y hecho, mi amigo se ha lanzado a una actividad frenética, buscando el bienestar:
sesión de gimnasia por la mañana; baños termales en la piscina por la tarde y masaje
relajante por la noche.
Mi amigo termina el día tomando una pastilla
El dice que es para coger mejor el sueño.
Yo creo, más bien...que es para no pensar.
Conozco a otro jubilado, en este caso jubilada que también anda ocupada todo el día.
No va a ninguna piscina. Nunca habla de su
salud. Y no creo que su pensión le dé para darse muchos masajes. Pero cuando sonríe,
su rostro se ilumina con una luz que no acierto a describir.
Mi amiga no toma pastillas para dormir.
Y su única preocupación, antes de caer dormida, es qué podría hacer, qué palabras
podrían salir de su boca para que Paquita, la
enferma terminal que visita todas las tardes,
fuera un poco más feliz.
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