Las canicas rojas
Durante los años de la Depresión en EEUU,
una época marcada por el hambre, yo solía
ir a menudo a una granja donde encontraba productos frescos.
Un día, el señor Roberts estaba atendiendo a
un niño frágil y con la ropa limpia pero muy desgastada.
El pequeño no apartaba la vista de unos guisantes que había en el mostrador y Roberts le dijo: ¿Te gustaría llevar algunos a casa? El niño declinó la oferta: No tengo dinero, sólo mi canica más valiosa.
Pero el granjero le entregó una bolsa llena de guisantes, diciéndole:
Es muy bonita, pero a mi me gustan las rojas. Llévate esto y, la próxima vez que vengas, tráeme una canica roja.
Según me explicó la señora Roberts, su marido siempre hacia eso con los niños más
pobres del pueblo y, cuando volvían con la canica roja, les daba más comida y les pedía
una de otro color.
Años después, cuando Roberts falleció, asistí a su funeral y vi a tres hombres jóvenes muy
bien vestidos que se acercaron a darle un cariñoso abrazo a la viuda.
Eran tres niños a los que el granjero ayudó,
que venían a pagar su deuda.
La señora Roberts levantó los dedos sin vida
de su esposo y debajo había tres canicas rojas. No olvidéis esto: no seremos recordados
por nuestras palabras sino por nuestras acciones.
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