Aceptar nuestras derrotas con serenidad de ánimo es tener conciencia de la propia impotencia.
La sonrisa es la limosna que menos nos cuesta; sin embargo muchas veces la regateamos, porque no sabemos sobreponernos al malhumor.
Como el gusano encerrado en la crisálida se transforma en mariposa, así yo, reconcentrado en mi corazón, debo adquirir las alas para remontarme a las alturas de la unión con Dios.
El que mucho habla, nunca será alma interior
ni siquiera persona bien educada.
Una amable sonrisa, dirigida a tiempo, puede
conquistar un alma para Dios.
Por lo menos logrará suavizarle las esperanzas
de la vida, y esto es ya hacerle bien.
Muchas veces complicamos la vida con inútiles
preocupaciones.
¡Cuánto mejor sería simplificarla no teniendo
más que una aspiración: agradar a Dios!
Tenemos mucho miedo a la muerte; pero más
debiéramos tenerlo a la vida, que con sus
seducciones nos puede dar muerte al alma,
apartándonos de Dios.
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