Había una vez un gran escultor, cuyo arte era tan perfecto que cuando hacia la estatua de un hombre era complicado distinguir quién era el hombre y quien era la estatua.
En efecto, sus obras tan realistas y tan vivas causaban profunda admiración.
Un día llegó un astrólogo a la ciudad y le predijo que se acercaba su pronta muerte.
El artista se asustó demasiado y empezó a pensar el modo de evitar su muerte ya que había sido advertido de ella.
Después de mucho pensar, decidió realizar once estatuas de sí mismo, de manera tal que al momento en que la Muerte llamara a su puerta, pudiera esconderse entre ellas.
La Muerte, perpleja, no podía creer lo que veía Esto no le había sucedido nunca.
¡Dios no creaba seres humanos en cadena!
No era posible que existieran doce copias de la misma persona.
Allí sucedía algo sumamente extraño.
Y sólo podía llevarse a uno...Sin poder decidirse, la Muerte nerviosa y preocupada, se marchó a preguntarle a Dios.
-¿Qué has hecho? Hay doce personas iguales
y se supone que sólo tengo que traer a una.
¿Como debo escoger?
Dios se echó a reír.
Le dijo a la Muerte que se acercara y le pronunció un código secreto al oído un código que le permitiría saber cómo encontrar
lo real a partir de lo irreal.
-Vete y pronúncialo - indicó-,en esa misma habitación donde el artista se esconde entre sus propias estatuas.
La Muerte, aun preocupada, preguntó:
-¿Seguro que funcionará?
-No te preocupes- le dijo Dios- simplemente ve y prueba.
La Muerte marchó sin estar del todo convencida. Entró en la habitación, miró a su
alrededor y sin dirigirse a nadie en particular,
dijo: Señor, todo es perfecto excepto una cosa.
Aquí hay un error.
El artista se olvidó completamente de que estaba escondiéndose y exclamó.
-¿Que error?
La Muerte se echó a reír y dijo:
-Este es el único error: no te puedes olvidar de ti mismo. ¡Vamos, sígueme!
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