Un hombre iba caminando con cierta dificultad por la orilla de un río a causa de
las piedras y los desniveles.
Entonces se dio cuenta de que el otro lado era mucho más transitable.
Llegar hasta ahí era imposible cruzando el río
a nado porque la corriente era muy fuerte.
Así que se detuvo, buscó algunas cañas y se construyó una balsa. Se subió a ella y, así, logró atravesar el río sin más contratiempos.
Una vez en la otra orilla, le dio pena tener que abandonar la embarcación.
Pensaba que construirla había sido un logro
personal y al contemplarla se sentía orgulloso.
Ni corto ni perezoso decidió cargarla sobre sus espaldas antes de reanudar la marcha.
Pero a medida que iba pasando el tiempo, sus
pasos eran cada vez más torpes y lentos.
A pesar de que el camino era más fácil, se iba quedando sin fuerzas y empezó a preguntarse
si cambiar de orilla había merecido la pena.
No fue hasta que empezó a subir una montaña cuando se dio cuenta del desgaste que suponía llevar la barca a cuestas.
Finalmente, optó por abandonarla e inmediatamente se sintió más ligero y equilibrado.
Esto mismo ocurre a lo largo de nuestras vidas, en las que para avanzar hay que ir soltando lastre y dejando en el camino las cargas inútiles que sólo nos aportan orgullo y egoísmo.
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