En una calle muy frecuentada por la gente se hallaba un jardín lleno de amarantos y muy cerca de el , un jardín de hermosas y grandes rosas. El amaranto observaba cada día con gran envidia y admiración a las rosas del jardín vecino, hasta que un día se animo a expresar su fascinación por ellas. "Que encantadoras sois" Todo el mundo os aprecia y admira y desea teneros ¡Que daría yo por tener vuestra belleza y exquisito aroma! les dijo. Es verdad lo que dices-contesto el rosal.
Doy muchas y bellas y tengo un perfume que atrae a todos, pero solo por una corta temporada, y esto si no hay una mano cruel que arranque mis hermosas flores como muchas veces ha sucedido muriendo antes de tiempo.
En cambio tu amaranto, nunca palideces, mantienes tu belleza mostrándote siempre joven y radiante ¿Acaso eso no te basta?
Esta nos enseña que en lugar de envidiar las virtudes de los demás, lo mejor que podemos hacer es empezar a apreciar más nuestras fortalezas.
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