Benditos sean los que comprenden mis pasos valientes y mis manos temblorosas. Benditos los que saben que mis oídos van a tener hoy dificultades para oír. Benditos los que apartan benévolos sus ojos, cuando se me cae el café del desayuno. Benditos los que sonriendo, se paran a charlar conmigo un momento. Benditos los que nunca me dicen es ya la segunda vez que me cuentas hoy esa historia.
Benditos los que tienen que evocar mis días felices de otro tiempo.
Benditos los que hacen de mi un ser amado, respetado y nunca abandonado.
Benditos los que intuyen que yo ya no se como encontrar fuerzas para llevar mi cruz.
Gregorio De Pablos Otero
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