Uno de los hombres más ricos de la ciudad decidió pasar unos días entre los monjes de un hermoso monasterio.
Y quedó realmente edifícado por la humildad y sencillez de los monjes; pero quiso cerciorarse de si la virtud que emanaba de sus personas era autentica.
Y le dijo al abad:
"Padre, en la portería del monasterio, voy a dejar una bolsa de oro para que cada monje
tome lo que considere necesario para su vida y le ruego que así se lo comunique a cada uno de los monjes".
Cuando después de un cierto tiempo regresó
al monasterio, comprobó que la bolsa se
encontraba integra en la portería del monasterio. Y se fue a comentar el hecho con
el abad, que le contestó:
"Todos vivimos en función de las necesidades
de cada día.
Para nosotros, el oro no tiene ningún valor,
porque no nos sirve para nada.
Nuestra necesidad mayor es Dios y vivimos en
función de El.
Si quieres que tu oro tenga una función, ve y
dáselo a los pobres".
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