Un niño, que se paraba siempre delante del escaparate de la pastelería del pueblo decidió un día entrar dentro para ver más de cerca los dulces y chucherías que estaban de venta.
De todo lo que allí se vendía, lo que atrajo más su mirada fue un bote de cristal repleto de caramelos de brillantes colores.
El dueño de la tienda, un anciano muy amable
vio al pequeño que no podía apartar la mirada de aquel frasco y le dijo:
"Mete tu mano en ese recipiente y todos los dulces que puedas coger serán para ti."
La cara del niño se iluminó con una amplia
sonrisa y no tardo en introducir su manita dentro del frasco cogiendo un gran puñado de caramelos de todos los sabores; naranja, limón, fresa, piña...Sin, embargo, la alegría se convirtió en enfado en segundos.
Y es que, tras atrapar una gran cantidad de caramelos en su mano, no lograba sacarla por
el cuello del recipiente.
El anciano intentó convencerle de que si no se conformaba con la mitad de los dulces, no
podría sacar ninguno, pero el niño lloró y lloro desconsolado sin conseguir todo lo que quería.
Al igual que en esta historia, muchas veces nuestro egoísmo nos acaba causando problemas que no existirían si nos mostrásemos menos ambiciosos e incorformistas.
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