Sucedió que un día se reunieron en las puertas del cielo unos cuantos cientos de almas, que eran las que anidaban en los hombres y mujeres que habían muerto ese día
San Pedro, supuesto guardián de las puertas entrada al Paraíso, ordenaba el tráfico.
-Por indicación del jefe, vamos a formar tres grandes grupos de huéspedes a partir de la observación de los diez mandamientos por lo menos una vez. El segundo grupo, con aquellos que hayan violado por lo menos uno de los diez mandamientos alguna vez.
Y el último grupo, que suponemos que será el
más numeroso, con aquellos que jamás en su
vida hayan violado ninguno de los diez
mandamientos.
Dicho esto, prosiguió:
-Bien, los que hayan violado todos los mandamientos, pónganse a la derecha.
Más de la mitad de las almas se pusieron a la derecha.
-Ahora, de los que quedan, los que hayan violado alguna vez alguno de los mandamientos pònganse a la izquierda.
Todas las almas que quedaban se desplazaron
a la izquierda. Bueno, casi todas...
De hecho ; todas menos una,
En el centro se había quedado un alma que
había sido un buen hombre.
Durante toda su vida había recorrido el camino de los buenos sentimientos, de los buenos pensamientos, y de las buenas acciones.
San Pedro se sorprendió. Solamente un alma quedaba en el grupo de las mejores almas.
De inmediato, llamó a Dios para notificárselo.
-Mira, el asunto está así: si seguimos el plan
original, ese pobre hombre que se ha quedado
en el centro, en lugar de beneficiarse por su beatitud, se va a aburrir como una ostra en la soledad más extrema. Me parece que tendríamos que hacer algo al respecto.
Dios se levantó ante el grupo y dijo:
-Aquellos que se arrepientan ahora serán perdonados, y sus fallos olvidados. Los que se pueden volver a reunirse en el centro, con las almas puras e inmaculadas.
Poco a poco, todos empezaron a moverse hacia el centro.
-¡Alto! ¡Injusticia! ¡Traición!-gritó una voz: era la voz del que no había pecado - ¡Así no vale!
Si me hubieran avisado de que iban a perdonar, no habría desperdiciado mi vida.
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