Había una vez un sabio maestro que, aunque no era ciertamente un obseso de la etiqueta y de las buenas maneras, siempre daba muestras de una natural educación y elegancia en su trato con los demás. Cada semana, sus discípulos asistían entusiasmados a sus clases, pues siempre aprendían grandes lecciones de vida y mejor aun, aprendían a profundizar y reflexionar sobre cualquier acción.
Una tarde después de clase diluviaba tanto que un joven discípulo se acerco al maestro y le dijo.
-Maestro tengo el coche aparcado ahí fuera, si le parece bien le acompaño hasta su casa , pues con esta lluvia es peligroso que usted vaya andando.
El maestro encantado con el ofrecimiento acepto de buen grado. Sin embargo, de camino a casa, el joven alumno se mostro especialmente grosero con un agente de trafico y en su propio descargo le dijo a su profesor:
-No me mire con esa cara de reprobación, prefiero ser yo mismo y que la gente sepa exactamente como me siento. La cortesía no es mas que aire.
-Eso es verdad, dijo conciliador el maestro, pero aire es también lo que llevamos en los neumáticos y fíjese como suavizan los baches.
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