Hay que reconocer, lisa y llanamente, que las apariencias muchas veces engañan, y por tanto debemos ser cautos y reservarnos el juicio. En cierta ocasión un sacerdote administraba la unción de enfermos a dos ancianos, los dos de suma gravedad. Al acercar sus labios al crucifijo, uno parecía besarlo con gran fervor, mientras el otro lo rechazaba.
Los dos enfermos salieron de la gravedad y dieron explicación de su distinta actitud.
El primero dijo que apretaba el crucifijo a sus labios porque notaba alivio con la frescura del metal.
El segundo explico que lo que rehusaba era la figura del demonio que se le aparecía entre el y el crucifijo.
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